jueves, 4 de diciembre de 2014

SOÑAR CON VOLAR (Por Robert Anton Wilson)

Soñar con Volar

por Robert Anton Wilson
(Originalmente publicado en la revista Magical Blend en 1988, e incluido también en E-mail al Universo, 2005)

Traducción: Mazzu




Recientemente he estado leyendo una novela de lo más divertida llamada The Dream Illuminati de Wayne Saalman (Falcon Press, Santa Mónica, 1988). El Sr. Saalman ha encontrado un tema épico – los sueños sobre volar, y el logro del vuelo.

Históricamente, soñar con volar apareció en el inconsciente colectivo antes de que la realidad del vuelo existiera tecnológicamente, y parece plausible que si entendiéramos mejor nuestros sueños utilizaríamos nuestra tecnología de manera más sabia. Nuestras máquinas manifiestan nuestros sueños en la materia para darles coherencia, y un psicoanálisis de nuestra cultura podría derivar fácilmente de un examen de la forma en que usamos la ciencia para materializar nuestras fantasías y pesadillas.

La ciencia-fantasía del señor Saalman me hizo preguntarme: ¿por qué siempre hemos soñado con volar?, y ¿por qué hemos construido máquinas voladoras? Parece que vale la pena reflexionar “eminentemente” sobre esta pregunta en un mundo donde 200 millones de personas pasan por el Aeropuerto Internacional Kennedy cada año para volar sobre el Atlántico en un sentido u otro.

Para entender lo profundo a menudo parece útil comenzar con pistas que parecen triviales. Sugiero que contemplemos lo que ven nuestros hijos cada sábado a la mañana en la televisión. Uno de los chistes más populares de los dibujos animados muestra al protagonista caminando más allá de un precipicio sin darse cuenta de lo que ha hecho. Sublimemente ignorante, sigue caminando en el aire hasta que se da cuenta de que ha estado haciendo algo “imposible”, y entonces cae. Dudo mucho que haya algún lector de Magical Blend que no haya visto esa rutina al menos una vez; la mayoría de nosotros la hemos visto cientos de veces.

Puede parecer pretencioso ver un arquetipo junguiano esbozado de manera cruda en este cliché de Hollywood, pero síganme por un momento.

Cuando Hollywood nos quiere ofrecer algo abiertamente mítico, nos presenta a Superman, que puede “saltar edificios altos de un solo brinco”, y un héroe más reciente llamado Luke Skywalker.

El Tarot, esa enciclopedia condensada del inconsciente colectivo, comienza con la carta llamada El Loco, y el Loco es representado caminando por un precipicio, igual que el Pato Donald o Wily Coyote en los dibujos animados. Divertida coincidencia, ¿no?

Una leyenda griega (que James Joyce tomó como el arquetipo de la vida del artista) nos habla sobre Dédalo e Ícaro: Dédalo, que encarcelado en un laberinto (la “realidad” convencional), inventó unas alas y huyó volando por encima de su perseguidores, e Ícaro, hijo de Dédalo, que voló demasiado cerca del Sol Absoluto y cayó a la Tierra. Al igual que el cerdito Porky caminando más allá de un precipicio, la caída de Ícaro contiene un simbolismo que muchos han encontrado en sus propios sueños.

La orden sufí emplea como emblema un corazón alado (y la Ordo Templi Orientis emplea un círculo con alas - que simboliza tanto la vacuidad como la compleción). El dios egipcio de la sabiduría, Thoth, tenía la cabeza de una criatura alada, el ibis; su equivalente griego, Hermes, era retratado de manera más humana pero tenía alas de ave en sus sandalias.

Los hermanos Wright, que hicieron posible el vuelo para todos nosotros, siguen siendo figuras queridas en la imaginación popular, pero ¿cuántos lectores pueden nombrar a los inventores de dispositivos igualmente maravillosos (pero terrestres) como la televisión, la aspiradora, la computadora, el láser o el inodoro moderno? Mientras que otros genios parecen haber sido “olvidados por las masas”, la clásica forma de desprecio para satirizar a cualquier conservador que establece límites a lo que el arte humano puede lograr sigue siendo “les dije a Wilbur y a Orville que no lograrían remontar ese trasto del suelo”.

Sospecho que parte de la función del vuelo consiste en la destrucción de nuestro concepto de límite; abriéndonos a la visión que el Dr. John Lilly expresó tan elocuentemente en El Centro del Ciclón:

En la provincia de la mente, lo que se cree cierto es cierto o se vuelve cierto, dentro de los límites que pueden encontrarse de forma experimental. Estos límites son nuevas creencias a trascender. En la provincia de la mente, no hay límites.

El poeta Hart Crane, tratando de describir lo que Wilbur y Orville Wright significaron para su generación (él murió en 1930), escribió que desde el suceso de Kitty Hawk en adelante, se sintió “cada vez más cerca de Marte”. En 1938 las personas que encendieron la radio y sintonizaron el programa de Orson Welles ya empezado, creyeron que estaban escuchando un noticiero y que los marcianos ya habían llegado. Un salto cuántico se había producido en los límites de nuestra imaginación social – la humanidad, como dijera el poeta, se había sentido “más cerca de Marte”.

Apenas un poco más de 30 años más tarde Neil Armstrong pisó la luna, como un personaje de la ficción de Julio Verne, y diez años después nuestros instrumentos invadieron el desierto marciano ya familiar para nosotros a través de las visiones de Edgar Rice Burroughs y Ray Bradbury. Si esto no confirma la notoria afirmación de William Blake de que la “Imaginación Poética” debe ser considerada como otro nombre de “Dios”, ciertamente sugiere que la Imaginación Poética puede funcionar como otro nombre para el Destino.

Tal vez deberíamos reflexionar más profundamente sobre el hecho de que Dédalo significa “artista” en griego. Dédalo, diseñador de laberintos, encarcelado por aquellos a los que servía en un laberinto que él mismo había construido - Dédalo, inventor de las alas que lo llevaron desde la Tierra al Espacio Exterior - ¿por qué representa al Arte, en vez de representar a la Ciencia?

Bueno, para entender esto hay que recordar que los antiguos griegos no distinguían al Arte de la Ciencia como nosotros. El genio de un artista, dice Aristóteles, radica en su texne, la raíz de donde procede nuestra palabra “tecnología”; pero texne básicamente significa habilidad u oficio, o la capacidad de hacer cosas que no existían antes.

En nuestra era, como contraste, Stravinsky fue considerado “ocurrente” o “paradójico” (o deliberadamente enigmático) cuando se llamaba a sí mismo un “ingeniero del sonido”. ¿Un artista que se considera a sí mismo una especie de ingeniero? Ese es un pensamiento difícil de comprender para nosotros. Sin embargo, una breve reflexión mostrará que el conocimiento estructural preciso puede encontrarse tanto en la música de Stravinsky como en los anteproyectos de Roebling para el puente de Brooklyn – esa construcción (considerada “milagrosa” cuando era nueva) que Hart Crane tomó como símbolo de la unidad del arte y la ciencia.

Nuestro pensamiento dicotómico y dualista ha sido denunciado tantas veces últimamente que casi no necesito trabajar en ese punto. Preferiría sugerir un posible origen común del arte y la ciencia. El músico y el arquitecto, el poeta y el físico, todos son inventores de nuevas realidades - propongo que todos esos Creadores pueden ser mejor comprendidos como desarrollos evolutivos finales del tipo que primero apareció como chamán. Y recordemos que en la mayoría de las culturas los chamanes eran conocidos como “los que caminan en el cielo”, al igual que nuestro actual chamán-héroe, Luke Skywalker.

No debe considerarse accidental o arbitrario que Swift localizara en el cielo a Laputa, el hogar de los científicos, con el fin de mofarse de los científicos delirantes y utópicos de su tiempo, que no tenían los pies en el suelo; Aristófanes puso a Sócrates en las nubes para mofarse, de similar forma, de la filosofía agnóstica especulativa. El Espacio Exterior parece el hogar natural de todos los descendientes de los chamanes, llámense artistas, filósofos o científicos.

Las ironías de Swift y Aristófanes, y los mitos de la caída de Ícaro y del Pato Donald, indican que el inconsciente colectivo contiene una fuerza opuesta a nuestros sueños de volar. Esto parece inevitable. Como señalaba a menudo Jung, el explorador más importante de la psique colectiva, existe una polaridad ineludible en los símbolos del sueño y el mito, una “Ley de los Opuestos”, que Jung compara con el concepto chino de las energías yin y yang. Jekyll contiene a Hyde; el amor fácilmente se convierte en odio; Cupido y Psique reaparecen como el Fantasma de la Opera y Margarita, y también como King Kong y Fay Wray.

En el contexto actual, la Ley de los Opuestos significa que anhelamos elevarnos, pero tememos caernos. Nuestros “yos internos” se reflejan no sólo en Orville Wright elevándose como un pájaro desde las colinas de Kill Devil en Kitty Hawk, sino también en Simon Newcombe, el gran astrónomo que “demostró” matemáticamente que tal vuelo era imposible.

Como he sugerido en otro lugar, la neofilia y la neofobia - amor por la novedad y miedo a la novedad - resultan de las polaridades primordiales de la primera impronta recibida por el recién nacido. En otras palabras, lo que el Dr. Timothy Leary llama el “circuito” de bio-supervivencia del sistema nervioso (yo prefiero llamarlo sistema de bio-supervivencia oral, ya que incluye a los sub-sistemas endocrino, inmune, y neuropéptido, así como al sistema nervioso autónomo) impronta o imprime tanto las ansias básicas de exploración, como el conservadurismo básico muy rápidamente. Eso explica, creo, por qué algunos bebés “ríen con deleite” cuando son lanzados al aire y atrapados, mientras que otros gritan aterrorizados. Los infantes que disfrutan de esta experiencia de vuelo, sugiero, ya tienen la impronta neofílica y aquellos que a los que los aterra tienen la impronta neofóbica.

Por supuesto, “el universo” puede contar por encima de dos (aunque los lógicos aristotélicos no puedan) y muy pocos de nosotros somos neófilos puros o neófobos puros. Más bien, nos tambaleamos sobre un gradiente entre la neofilia y la neofobia - entre la alegría y la ansiedad, entre el conservadurismo y el experimentalismo, entre el anhelo de volar y el miedo a caer. A veces nos sentimos como Juan Salvador Gaviota, convencidos de que “el verdadero cielo no tiene límites” y tratamos de volar más alto y más rápido; otras veces nos convertimos en las viejas gaviotas reaganistas, señalando nerviosamente que volar demasiado alto y demasiado rápido arruinará nuestro cerebro, y que contradice directamente las costumbres tradicionales de la bandada. Contenemos tanto a Orville Wright remontándose en el aire hacia un futuro “donde ningún hombre ha ido antes”, como a Simon Newcombe demostrando que Orville ciertamente caerá y reventará como Humpty Dumpty.




Como escribió Joyce tan poéticamente:

Mi gran habitación azul, el aire tan tranquilo, escaso de nubes. En paz y en silencio. Me podría haber quedado allí arriba solamente para siempre. Es algo que nos esquiva. Primero lo sentimos. Pero luego nos mareamos al verlo caer ahora sobre mí bajo las alas abiertas como si hubiera venido de los Arkángeles, me hundo y moriría debajo de sus pies, humilde y tontamente (humbly dumbly), sólo para ser lavado.

A pesar de las múltiples imágenes oníricas aquí presentes (la lluvia irlandesa cayendo para convertirse en el río Anna Liffey, Lucifer y sus huestes cayendo del cielo, la caída de Adán, Eva, y Humpty Dumpty, María recibiendo la semilla divina del Arcángel, Magdalena lavándole los pies al Salvador, el Paráclito descendiendo como paloma para brindar el don de lenguas a los apóstoles, un ama de casa lavando los platos) Joyce invoca principalmente nuestra profunda conciencia de que la gravedad “nos tira hacia abajo”, nuestro profundo anhelo de liberarlos de este “lastre” y dispararnos de nuevo a nuestro hogar por encima de las nubes.

En 1988, la antigua creencia egipcia y gnóstica de que nuestro origen y nuestro destino van mucho más allá de la Tierra ya no parece tan pintoresca y extraña como lo era para las generaciones anteriores. En libros como Info-Psicología del Dr. Timothy Leary, Panspermia Cósmica del Dr. Francis Crick, y Evolución Desde el Espacio de Sir Fred Hoyle, aparece un cuerpo de evidencia que sugiere fuertemente que la vida no comenzó en este planeta, sino que llegó aquí desde el espacio. A pesar de que las interpretaciones de estos filósofos-científicos brillantes difieren, sus tipos diversos de evidencias provenientes de diferentes campos de investigación parecen demostrar enérgicamente que la evolución es más antigua y más universal de lo que pensábamos tradicionalmente. Cuando uno termina de leer sus libros comienza a sospechar que el punto de vista biológico ortodoxo – que ve a la evolución terrestre como algo apartado de los resultados de la evolución cósmica – es la resultante de suposiciones pre-copernicanas tácitas sobre el aislamiento y la centralidad de la Tierra.

Además de las obras sofisticadas y cultas de Leary, Crick y Hoyle, también hemos sido testigos recientemente del crecimiento de un vasto cuerpo de literatura “vulgar” o popular que argumenta la proposición de que antiguos astronautas trajeron la vida a este planeta (o si bien no toda la vida, al menos engendraron a los seres humanos post-Neanderthal). En lugar analizar los errores en los argumentos de esta literatura aparentemente “chiflada”, podría ser más esclarecedor, supongo, preguntarnos por qué este mito tan popular ofrece a las masas una forma poco sofisticada y antropocéntrica de las teorías más sobriamente presentadas en obras como Info-Psicología, Panspermia Cósmica y Evolución Desde el Espacio ¿Por qué encontramos a mentes de primera y de segunda categoría de repente preocupadas por la evolución extraterrestre, mientras que las mentes de novena categoría abrazan cada vez más a la ufología pop?

¿Y por qué, uno puede preguntarse a continuación, este tema también aparece en el centro de la película de ciencia-ficción más bella, más “inquietante”, y más analizada de todos los tiempos – la magnífica 2001 de Kubrick?

Cuando una Idea o Arquetipo aparece en estudios eruditos, en tabloides, en creencias folklóricas, en nuevos cultos, y en el gran arte más o menos al mismo tiempo, uno sospecha la presencia de lo que en su libro Sobre Cosas que se Ven en el Cielo Jung llamó “un cambio en la constelación de los arquetipos”. En términos de la neurociencia actual, lo que Jung quiere decir, sospecho, es que el “diálogo” ADN/SNC - el “lenguaje” neuropéptido entre los genes y el cerebro - nos está preparando para un nuevo salto evolutivo.

En The Dream Illuminati, hay una escena en la que el héroe dice sin rodeos:

Me di cuenta de que yo sólo era tan libre como imaginara serlo y que no había ningún límite de la altura a la que pudiéramos volar

Aquí volvemos a ver que el Arquetipo del vuelo acarrea siempre una conexión umbilical a la idea de la trascendencia de todos los límites. (“Lo que se cree cierto es cierto o se vuelve cierto...”)

Y hay que preguntarse nuevamente si no hay algo más que mera fantasía infantil escondiéndose detrás del concepto del Pato Donald caminando en el aire hasta que “recuerda” que eso “es” oficialmente “imposible” en nuestra realidad-túnel actual.

En 1904, cuando Einstein empezaba a escribir su primer artículo sobre la relatividad y los hermanos Wright estaban probando el prototipo del aeroplano que finalmente funcionó después de muchos fracasos, Aleister Crowley, el místico más controvertido de nuestro siglo, “recibió” - o creó por medio de la Imaginación Poética – un documento que él siempre consideró como un comunicado de una Inteligencia Superior. En este trabajo, llamado Liber Al o El Libro de la Ley, está contenido lo que pretende ser un mensaje de Nuit, la diosa egipcia de las estrellas, dilucidada en los comentarios de Crowley como la conciencia suprema del cosmos, o la suma total de todas las inteligencias sinérgicamente interactivas de todo el espacio-tiempo. Entre otras cosas esta “entidad” - o corporación – le dijo a Crowley;

Cada hombre y cada mujer es una estrella... Yo estoy por encima de vosotros y en vosotros. Mi éxtasis está en el vuestro. Mi alegría es ver vuestra alegría... Pues estoy dividida por amor, por la posibilidad de la unión... Poneos las alas, y despertad el esplendor enroscado en vosotros: ¡venid a mí!

Son posibles muchas interpretaciones de estos versículos, por supuesto. Por supuesto.

Personalmente, después de leer algunas obras de los científicos actuales que consideran a la evolución tanto terrestre como extraterrestre, no puedo ver las palabras de Liber Al sin pensar que, en cierto sentido, los creadores interestelares que plantaron la vida aquí pueden estar enviándonos una señal para volver a nuestro hogar en las estrellas - aquella “gran habitación azul”, que Joyce invoca poéticamente en la última página de Finnegans Wake y en donde el astronauta David Bowman se encuentra de repente consigo mismo durante el clímax de 2001.

Es claro que el lenguaje del mito poético, al igual que el del sueño, siempre debe ser considerado como algo analógico y alegórico, no literal; ver un sólo significado aquí significa que uno está por “caer en el pozo del Porque y perecer con los perros de la Razón” (citando de nuevo a Crowley). El contenido de un verdadero arquetipo alberga una infinidad de espejos.

Por ejemplo, el diario donde anoto mis sueños registra que el 23 de abril 1968 cuando me desperté por la mañana recordé las siguientes imágenes de mi hermético viaje nocturno:

Estoy en un club nocturno de Chicago que John Dillinger solía frecuentar. Me parece que los actuales clientes son también un grupo de gangsters. Ellos me miran con hostilidad, y me asusto. Trato de irme; ellos tratan de detenerme. Abro la puerta.

Me encuentro en el subterráneo IRT en Nueva York. Voy en el coche delantero y observo el túnel por delante del tren (como lo hacía cuando era niño). De repente, veo una pared de ladrillos adelante y me doy cuenta de que el tren va a chocar contra ella y todos los que estamos a bordo vamos a morir.

Estoy fuera de la estación de metro y camino por Cicero, Illinois. Una multitud enfurecida me rodea. Parecen saber que yo estuve en la reciente marcha de Martin Luther King contra la segregación. No puedo escapar de ellos. De repente, intuitivamente sé qué hacer. Grito “¡Elohim!” y me brotan alas y salgo volando por encima de ellos. El cielo es hermoso y me siento libre de todas las ansiedades, en paz, y porfiadamente esperanzado sobre todo.

Cuando me desperté, estaba pensando en la descripción de Chesterton de la experiencia mística como una “buena noticia absurda”.

Al momento de aquel sueño, yo estaba involucrado con amigos de Chicago en la difusión de la Sociedad John Dillinger Murió por Ti, una parodia de las religiones fundamentalistas que, como todos los buenos chistes, tenía su lado serio. Yo estaba fascinado por la forma en que ciertos forajidos como Dillinger (o Jesse James, o Robin Hood) eran prácticamente obligados a vivir en plenitud el mito arquetípico de Osiris, Dionisos, Adonis, Cristo y del Tim Finnegan de Joyce. También medité mucho sobre la forma en la que las vidas de los forajidos que ni siquiera se aproximaban a “vivir” dicho mito eran reescritas posteriormente en el imaginario folclórico para adaptarse a él. La primera parte del sueño me confrontaba con el lado oscuro del arquetipo, y me recordaba que los gangsters reales no son las figuras míticas que nos impone la imaginación poética sino sociópatas desagradables y atemorizantes.

En la segunda parte del sueño, yo entraba en la Iniciación Subterránea. A pesar de utilizar símbolos de mi vida cotidiana (el subte), me encontraba volviendo sobre los pasos de Ishtar hacia la tierra de los muertos, Odiseo navegando al Hades buscando la sabiduría, Jesús y Dante descendiendo al infierno, etc. En la alquimia esto fue llamado nigredo, que Jung compara a las etapas iniciales de la psicoterapia.

En cierto sentido, el viaje al Inframundo aparece como el recíproco y la preparación para el Logro del Vuelo. Dante tuvo que atravesar el infierno antes de escalar el Monte Purgatorio y elevarse por encima de las nubes hacia el Cielo. En retrospectiva, me siento especialmente encantado con el ingenio freudiano del inconsciente por haber usado figuras modernas del “submundo” – gangsters – para representar al inframundo mítico.

En la tercera parte del sueño, los tradicionales Demonios Coléricos me atacaban, personificados por los ciudadanos de la ciudad natal de Al Capone, Cicero, tal vez porque la gente de allí siempre me recordaron a los Demonios Coléricos cada vez que tuve que asociarme con ellos. Me escapé gritando un nombre de la Biblia hebrea, gracias a lo cual pude volar, como Dante o Dédalo, desde la fosa hacia las estrellas.

Lo que me parece más curioso de estos fragmentos de sueños es que cuando sucedieron, en 1968, yo no sabía nada acerca de la Cábala. Estaba perplejo por el nombre Elohim y por la forma en que lo había utilizado mágicamente en el sueño. Todo lo que sabía acerca de ese nombre en aquellos días era que aparecía en el primer capítulo del Génesis y que había una disputa entre filólogos y teólogos acerca de si significaba “Dios” o “los dioses” - es decir, si el primer capítulo de la Biblia era o no un fragmento remanente de una fase politeísta del judaísmo.

Fue dos años después de este sueño tan junguiano que recién me interesé en la Cábala y finalmente aprendí que Elohim es considerado un gran Nombre Poderoso – utilizado, por ejemplo, en el Ritual del Pilar Medio, que todo cabalista aprendiz debe hacer al menos una vez por semana. La función del ritual cabalístico en general, y de este ritual en particular, fue definida una vez por Crowley como “elevar la mente del estudiante perpendicularmente hacia el infinito” - más allá de todos los límites. Esto estaba simbolizado en mi sueño, como en muchos sueños y mitos, por las imágenes de vuelo y la conquista de la gravedad. El sueño de 1968 parecía contener la precognición del trabajo cabalístico que estaría haciendo muy seriamente entre 1971/1975.

Esto, por supuesto, si uno se atreve a sugerir que un sueño pueda contener una precognición; el Racionalista declara inmediatamente que la conexión entre la imagen del sueño y los eventos de vigilia posteriores “es” “mera coincidencia”. Alguien con un bloqueo psicológico en contra del reconocimiento de la electricidad probablemente diría, del mismo modo, que también “es” “mera coincidencia” el hecho de que se encienda la luz cuando pulsamos el interruptor.

En el momento en que tuve este sueño o conjunto de sueños en 1968, yo sufría de una depresión moderadamente severa y los síntomas generales de lo que ahora se llama “crisis de la mediana edad”. Tenía un muy buen empleo en la revista Playboy, con un excelente sueldo para los años 60s, pero me acercaba a los 40 y quería ser un escritor a tiempo completo. (Tres años más tarde, después de comenzar el trabajo cabalístico, renuncié a mi trabajo y he estado escribiendo a tiempo completo desde entonces. A pesar de que experimenté la cuota habitual de sacudidas, decepciones y dolor, no he vuelto a sufrir depresión clínica.)

El lector podría encontrar esclarecedor comparar este registro con un sueño relatado en El Héroe de las Mil Caras de Joseph Campbell. En este caso, el soñador vio un caballo alado con un ala rota, que lucha noblemente y que cae continuamente a la Tierra. Campbell ni siquiera se molesta en interpretar este simbolismo, simplemente nos informa que el soñador era un poeta obligado a trabajar en un trabajo de baja categoría para mantener a su familia; uno entiende inmediatamente.

En cierto sentido, a todos se nos han roto las “alas”; la función principal de “instituciones sagradas” tales como la religión organizada y la enseñanza obligatoria gratuita sigue siendo la de supervisar que nuestras “alas” permanezcan rotas, o al menos recortadas, antes de llegar a la edad adulta. ¿De qué otra forma la sociedad obtendría las unidades insectoides que necesita para llenar los cubículos de su economía de colmena?

Pero ¿qué tal si empezamos a hacer crecer nuevamente los órganos saludables de la imaginación poética y el vuelo? ¿Y si nos “ponemos en las alas y despertamos el esplendor enroscado en nosotros” como nos insta el Liber Al? ¿No es previsible que la sociedad vaya a reaccionar con la furia descrita por Wayne Saalman en The Dream Illuminati? (pensemos en las carreras del Dr. Wilhelm Reich y el Dr. Timothy Leary...) Joyce no nombró a su artista emblemático solamente Dedalus sino Stephen Dedalus. – por San Stephen, el protomártir que reportó su visión y fue apedreado hasta la muerte por ello.

Y ¿no parece en definitiva como algo beneficioso, desde la perspectiva evolutiva, que la sociedad reaccione de esa manera? Aquellos de nosotros que no tenemos vocación de mártires debemos aprender el arte de sobrevivir cuando nos damos cuenta de lo mucho de neofobia que aún está integrada en los artilugios de la “sociedad” y “el Estado”. En una palabra, hay que “despabilarse”, tanto en el sentido socrático de la frase como en el duro significado jergal. La neofobia funciona como un Impulsor Evolutivo, obligando al neófilo a despabilarse muy rápido.

Este tema es inagotable, pero mi espacio y mi tiempo no lo son. Como fragmento final de la sabiduría hermética, les ofrezco la Proposición 12 de la obra maestra de Aleister Crowley, Magiak:

El hombre es ignorante de la naturaleza de su propio ser y poder. Incluso la idea de su propia limitación está basada en experiencias del pasado, y cada paso en su progreso extiende su imperio. Por lo tanto, no hay razón para asignar límites teóricos a lo que pueda ser, o lo que pueda hacer.



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