Por Robert Anton Wilson
Traducción: Mazzu Stardust
Dublín, 1986. Yo había dado una charla en la sociedad Irlandesa de Ciencia-Ficción y el debate comenzó.
“¿Cree UD en los OVNIs?” preguntó alguien.
“Si, por supuesto” respondí.
El indagador, quien aparentaba ser bastante joven, prorrumpió entonces en un largo discurso, “demostrando” al final, y para su propia satisfacción, que los OVNIs “realmente son” efectos de reflexión de la luz solar en la atmósfera o alteraciones térmicas.
Cuando concluyó, simplemente le respondí:
“Bien, ambos coincidimos en que los OVNIs existen. Nuestra única diferencia es que UD cree saber lo que son, y a mi todavía me desconciertan”.
De hecho, el prof. Finnegan me inscribió como miembro del CISAN esa misma noche, en el pub “Plough and Stars” (“Arado y Estrellas”), luego de nuestro noveno o décimo
porrón del producto más glorioso de Irlanda: el linn dubh, conocido como Guiness por los infieles.
Ahora que escuché que el prof. Finnegan ha muerto, o al menos que se han tomado la libertad de enterrarlo, siento que el mundo ha perdido a un gran hombre.
A pesar de eso, el Comité para la Investigación Surrealista de las Afirmaciones de lo Normal (CISAN) sigue vivo y merece más atención de la que ha recibido hasta el momento. El prof. Finnegan siempre aseveró que la idea del CISAN deriva de un comentario hecho por un viejo personaje de Dalkey llamado Sean Murphy en el pub “Goats and Compasses” (“Cabras y Brújulas”) cerca del horario de cierre, el 23 de Julio de 1973.
En realidad, todo comenzó con dos viejos compadres llamados O’Brian y Nolan que hablaban sobre el clima.
“Lluvias y vientos tremendos, para ésta época del año” comenzó O’Brian.
“Ah, Señor” respondió Nolan “no puedo creer que nos encontremos en esta época del año. Para nada…para nada”.
Entonces Murphy habló. “Ah, Jesús” dijo, “yo nunca he visto un maldito día normal”. Hizo una pausa para vaciar su porrón, y agregó, pensativo, “y nunca he conocido a una puta persona corriente tampoco”.
(Sobre Sean Murphy no aparece nada más en los registros, excepto por un comentario recogido por el prof. LaPuta de una tal Nora Dolan, un ama de casa de la vecindad: “Seguro que ese tipo, Murphy, nunca hizo ningún trabajo duro excepto el de levantarse del suelo y zigzaguear hasta el bar para volver a caerse. Y eso lo hacía dos veces al día.”)
Pero las palabras simples de Murphy encendieron un fuego en el cerebro sutil e intrincado de Timothy F. X. Finnegan, quien recién terminaba su decimocuarto porrón (de Selby dice que era el decimoquinto). Al día siguiente, Finnegan escribió en dos páginas el primer resumen de la nueva ciencia a la que él denominó patapsicología, un término empleado en honor a la invención de Alfred Jarry: la patafísica.
El escrito de Finnegan comenzaba con una oración electrizante: “El canadiense medio tiene un testículo, como Adolf Hitler. O más precisamente, el canadiense regular tiene 0,96 testículos, una situación aún más penosa que la de Hitler. Si es que lo regular realmente existe.” Luego manifestaba la hipótesis de que el ser humano normal, o medio, habita en viviendas deficientes en Asia y tiene 1,04 vaginas, no puede leer ni escribir, sufre de desnutrición y nunca escuchó hablar sobre Thomas Fitzgerald o Brian Boru. “Lo normal” concluía “es un conjunto ilógico en el que nadie ni nada encaja realmente”.
Así comenzó la ciencia de la Patapsicología , la contribución más duradera y simpática que el prof. Finnegan hizo al mundo (Además de las fotografías realzadas por computadora del Rostro de Marte, el cual, él se esforzó en demostrar, es un retrato de Moishe Horwitz, su mentor e ídolo. Esto, por su puesto, continúa siendo muy controversial, sobre todo entre los discípulos de Richard Hoagland, los que creen que el Rostro se asemeja más a la Esfinge , para aquellos que insisten en que se parece a Elvis, y para los mojigatos que sólo lo ven como un montón de rocas).
No debe confundirse a la Patapsicología con la parapsicología. Tal parece que ese preciso malentendido fue el que inspiró diatribas extensas y venenosas contra Finnegan por parte del prof. Sheissenhosen de Heidelberg (No queremos creerle al Herr Doktor Hamburger cuando afirmó que fue Sheissenhosen quien envió las tres cartas-bomba a Finnegan en 1982, ’83 y ‘87. Incluso en el debate académico más caldeado deben prevalecer los límites del decoro, o eso cabría esperarse).
Sheissenhosen creyó, evidentemente, que “parapsicología” representaba un ataque infundado a su lenguaje y forma de pensar, y que Finnegan era el atracador. De hecho, Sheissenhosen nunca corrigió su error primario, el de confundir a la patapsicología con la parapsicología. Encontrarán más datos sobre la controversia Sheissenhosen-Finnegan-LaPuta-Hamburger en el libro de de Selby “Finnegan: Enigma de Occidente”, en “Finnegan: ¿Homme ou Dieu?” de Tourneur, y en “Finneganismus und Dummheit” (seis volúmenes) del propio Sheissenhosen.
La patapsicología comienza con la Ley de Murphy, como Finnegan llamó al Primer Axioma, que toma su nombre de Sean Murphy. Esta dice, y cito, “Lo normal no existe. Lo corriente no existe. Solamente conocemos una enorme, aunque probablemente finita serie de eventos espacio-temporales aislados que colisionan”. En lenguaje menos técnico, el Panel del Colegio de Patapsicología ofrece un millón de libras irlandesas (700.000 dólares, aproximadamente) a cualquier “normalista” que pueda exhibir “una puesta de sol normal, una sonata corriente de Beethoven, una Playmate del Mes ordinaria, o cualquier cosa o evento en el espacio-tiempo que pueda calificar como normal, ordinario o corriente”.
En un mundo donde no hay dos huellas digitales idénticas, no hay dos cerebros idénticos y en que un electrón no es idéntico a sí mismo de un nanosegundo a otro, la patapsicología parece pisar en terreno firme.
Ningún normalista ha logrado mostrar todavía un perro totalmente normal, un gato corriente o incluso una croqueta ordinaria. Los intentos de encontrar una cacatúa corriente, un haiku ordinario o incluso un cardiólogo normal, han fracasado patéticamente. Lo normal, lo corriente, lo ordinario e incluso lo típico, existe solamente en las estadísticas, o sea, el paisaje matemático-mental del ser humano. Nunca aparece en el espacio-tiempo externo que, solamente y siempre, consiste en eventos no-normales en series no-normales.
Por lo tanto, a menos que UD sea un asiático analfabeto y mal nutrido con exactamente 1,04 vaginas y 0,96 testículos que vive en una casa deficiente, UD no califica como normal, si no como anormal, subnormal, supranormal, paranormal o cualquier otra variedad de lo no-normal.
Los astutos detectarán aquí el impulso céltico natural de complicar cualquier cosa que parezca obvia e incontrovertible para los sajones, tenderos, y otros fundamentalistas del materialismo. La patapsicología continúa la gran tradición de Swift, quien una vez demostró a través de un horóscopo que un astrólogo llamado Patridge había muerto, a pesar de que Patridge continuara negándolo; O como el obispo Berkeley, quien demostró que el universo no existe, pero que Dios opina persistentemente que sí; O como William Rowan Hamilton, quién inventó el álgebra no-conmutativa donde p por q no es igual a q por p; O Wilde, quien preguntó si todos los comentaristas académicos de Hamlet realmente habían enloquecido o fingían la locura; O John S. Bell quien demostró matemáticamente que si un universo se corresponde con las ecuaciones cuánticas, dicho universo poseería correlaciones no-locales similares a la sincronicidades jungianas; etc.
Como dijo el semántico Korzybski, todo lo que podemos encontrar en el espacio-tiempo consiste en judío-1, judío-2, judío-3, etc. hasta judío-n (para los no-matemáticos, esto significa una lista conformada por Abraham, Sara, Moisés, Ruth, Jesús, Woody Allen, Richard Bandler, Felix Mendelsohn, Sigmund Freud, Paulette Goddard, Betty Grable, Noam Chomsky, Bernard Baruch, Paul Newman, la Virgen María , Albert Einstein, Lillian Hellman, el Barón Rothschild, Ayn Rand, Max Epstein, Emma Goldman, Saul Bellow, etc. etc. etc. hasta la enumeración final incluyendo a todos los judíos, vivos o muertos). Cada uno de ellos, en una inspección minuciosa, tendrían diferentes huellas digitales, cerebros diferentes, sistemas neuro-inmunológicos diferentes, ojos diferentes, orejas, narices, etc., historias de vida diferentes, condicionamientos y aprendizajes diferentes, personalidades diferentes, hobbies, pasiones etc.…y ninguno serviría como norma o forma ideal para todos los demás.
Por decirlo de otra manera, la población judía mundial llegaba a los 10 millones cuando Hitler formó sus generalizaciones. Él no pudo haber conocido a más de quinientos judíos lo suficientemente bien como para generalizar sobre ellos; y considerando sus prejuicios tempranos, probablemente debe haber conocido a muchos menos. Pero tomando a 500 como un buen número, nos encontraríamos con que generalizó a 10 millones de individuos en base a un conocimiento limitado al 0,00005 % del total.
Parecería, entonces, que el nazismo no habría existido si Hitler hubiera conocido la diferencia entre lo normal o corriente (estimaciones internas sujetas al error debido a la investigación incompleta o a prejuicios personales) y la serie de eventos y cosas no-normales y aisladas (incluyendo personas) que podemos encontrar en el continuo espacio-temporal sensorial externo.
De la misma forma, en la actualidad, la población humana masculina sobrepasa los trescientos mil millones. De esos 300 mil millones de individuos diferentes, Robin Morgan, Andrea Dworkin y otras feministas radicales probablemente no conozcan a más de quinientos como para generalizar sobre ellos. Esto significa que el dogma del feminismo radical consiste en un criterio basado en el estudio de menos del 0.00000001% sobre el total de sujetos a analizar. Esto sobrepasa por mucho, en lo referente al uso imprudente de la generalización, a los pensamientos de Hitler sobre el judaísmo. No podrán encontrar la norma masculina entre Gandhi, Gral. George Custer, Buda, Bill Clinton, Louis Pasteur, Confucio, Giordano Bruno, Charles Manson, etc.
Ahora comprendemos por qué la palabra “feminazi” entró en el lenguaje. Ambas ideologías poseen un fuerte isomorfismo. Ambas confunden las normas teóricas con el vasto despliegue de individualidades diferentes y ambas no tienen idea siquiera de cómo construir una norma científica tolerable (que igualmente diferiría en muchos aspectos de una serie de individuos reales).
El CISAN aplica la misma lógica desconstructiva a todo.
Por ejemplo, y para volver a nuestro punto de partida, cualquiera sea la idea que tengamos de un OVNI “normal” (así creyéramos que son naves espaciales, armas secretas del gobierno de los EEUU, engaños, alucinaciones etc.), dicha idea nos hará incapaces de formarnos un punto de vista realmente objetivo cuando veamos un OVNI. La única manera de cancelar dichos prejuicios reside en la patapsicología (y en la semántica general). Debemos recordar la diferencia entre el fenómeno individual e impredecible llamado OVNI, y nuestras pasadas generalizaciones sobre “el OVNI” o el “OVNI normal”.
De otra manera, sólo notaremos cómo éste OVNI encaja con nuestro ideal de OVNI e inconcientemente ignoraremos en qué forma difiere de él. Este reflejo mecánico puede complacer nuestro ego, si es que deseamos sentir que sabemos más que otras personas, pero pone en riesgo nuestra habilidad de observar y pensar cuidadosamente.
La gente que cree saber todo sobre los judíos, los hombres, o los OVNIs, nunca ven a un judío, un hombre, o un OVNI real. Ven una norma generalizada que solo existe en sus cerebros. Nuca sabemos “todo” (sabemos lo que yo llamo “alpenodo” algo-pero-no-todo). Esto se aplica a los perros (el patapsicólogo no dice “los amo”, “los odio”, “les temo” etc.), a los plomeros, a los jefes, a los derechistas, a los izquierdistas, a los gatos, a los lagartos, comedias, casas, clavos, senadores, cataratas o a cualquier otro grupo o conjunto misceláneo.
Personalmente, yo veo dos o tres OVNIs por semana. Esto no me asombra, ni me convence sobre la teoría de las naves espaciales, porque también veo dos o tres ONVNIs por semana (Objetos No Voladores No Identificados). Estos permanecen no-identificados (por mí) porque van tan rápido, o tienen un aspecto tan extraño que no acierto a clasificarlos como un erizo, un duende, o un helicóptero (o estrellas, satélites, o naves espaciales) o fantasmas o camiones repartidores de pizzas o probablemente alteraciones térmicas. Por su puesto, también veo cosas que creo poder identificar justa y seguramente como erizos, estrellas y camiones repartidores de pizzas, pero el mundo contiene cada vez más y más eventos que no puedo identificar plena y dogmáticamente con ninguna norma o generalización. Vivo en un espectro de probabilidades, incertidumbres y asombros.
Tal vez soy así por haber estudiado el trabajo de Finnegan. O tal vez bebí demasiada linn dubh durante mis años en Irlanda.
¡Oh, raro Tim Finnegan!
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