TEORÍAS CONSPIRATIVAS - por Robert Anton Wilson (Introducción de 'Todo Está Bajo Control' de Robert Anton Wilson con la colaboración de Miriam Joan Hill, 1998)
Traducción: Mazzu
Que no seas paranoico no
significa que no estén conspirando en tu contra.
- Proverbio popular de la década
de 1990
Una
encuesta telefónica aleatoria a 800 adultos estadounidenses en septiembre 1996 reveló
que el 74 por ciento - casi tres de cada cuatro ciudadanos - cree que el
gobierno de EE.UU. participa regularmente en operaciones conspirativas y
clandestinas. Esto no indica necesariamente un aumento en el vuelo a la
fantasía o que confundan la TV con la realidad: El mismo estudio reveló que
sólo el 29 por ciento cree en la brujería, y sólo el 10 por ciento cree que
Elvis Presley sigue vivo[1].
Si
tres de cada cuatro de nuestros ciudadanos - una mayoría muy superior a
cualquiera que haya elegido a un presidente de los EE.UU. en nuestra época –
sospechan que el gobierno realiza actividades delictuosas y nefastas, significa
que las personas comunes y corrientes ahora creen lo que antes sólo creían los amargados
radicales de izquierda hace un siglo, en la década de 1890 (y que sólo los
cínicos profesionales como H.L. Mencken creían todavía en 1920). Ahora, no sólo
la extrema izquierda y los cínicos ven toda clase de doble juego en Washington:
la extrema derecha tiene aún más sospechas terribles que todos los zafios de la
República juntos. Hoy en día nadie en los EE.UU. tiene el tipo de fe ciega en nuestros
gobernantes que nos enseñaron en la escuela primaria, y los ya mencionados tres
de cada cuatro de nosotros casi no confían en ellos para nada.
Pero
el gobierno no tiene el monopolio sobre la caída de la curva de confianza.
Vivimos en una época en la que los seres humanos desconfían de los otros seres
humanos más que nunca. Difícilmente se puede pensar en algún subgrupo de la
especie homo sapiens que no se haya vuelto un objeto de sospecha incómoda a los
ojos de algún otro subgrupo. Todas las profesiones pertenecen a las clases
delictivas de acuerdo a esta opinión popular: los reparadores de televisores
nos engañan con regularidad, y también lo hacen los mecánicos. Los médicos, los
comerciantes, el clero y los supuestos “expertos” de todo tipo tienen una
oscura niebla de sospecha similar flotando casi visiblemente a su alrededor.
Todos sabemos que los “expertos” pueden ser contratados para dar testimonio a
favor de cualquiera de las partes de un litigio. Otros grupos
también parecen fungibles y nefastos para muchos.
Incluso
los académicos tienen sus marcas propias de teoría conspirativa, o algo
parecido. Las dos escuelas principales de arte/crítica, conocidas como
deconstruccionismo y posmodernismo, se suman a la búsqueda, y por lo general, al
hallazgo de segundas intenciones en el “modelo” o la “narrativa” de la
situación humana de cualquier autor, ya
sea este “relato” la obra de un genio como Shakespeare o un programa de
televisión, una novela, una película, un documental, una escultura, una gran
ópera, o una pintura; o un presunto “descubrimiento” de las ciencias sociales,
o incluso una ley en las ciencias duras; o una fe política o religiosa. Basando
su método escéptico tanto en las mejores como en las peores tendencias zetéticas
que van desde Freud hasta el budismo, los deconstruccionistas nos dejan una
sensación de que no se puede confiar en que las comunicaciones digan lo que
parecen decir. Los postmodernistas frecuentemente parecen negarse totalmente a
la comunicación. (Lo digo sin malicia, porque yo mismo he sido llamado post-
modernista.)
Tal
vez los perros son los únicos que todavía confían en los seres humanos, y he observado
que últimamente incluso algunos perros parecen dudar de nosotros.
Relatos Extraños
Cuando
comencé a desarrollar el gusto por los libros (alrededor de los 8 o 9 años, supongo)
uno de los primeros que leí tenía el título sobrecogedor de ¡Créase o No! y contenía cientos de hechos
casi increíbles pero supuestamente reales acerca de las cosas más extrañas de
este planeta. El autor, un popular dibujante de la época llamado Robert Ripley,
iniciaba con una sección de rarezas de la religión, bajo el titular de aspecto
clásico: “Extraño es el hombre cuando busca a sus dioses”. Incluso a esta edad,
no sé si el señor Ripley inventó ese aforismo o lo encontró en algún clásico verdadero,
pero quedó en mi memoria desde hace más de medio siglo.
En
efecto, los hombres (y las mujeres) se vuelven extraños en la búsqueda de los
dioses. Sin embargo, como se verá en la presente obra, se vuelven aún más extraños
en la búsqueda de los demonios. Y los relatos que inventan tienen todo el
encanto siniestro y misterioso de la poesía cursi de Bela Lugosi en sus mejores
momentos. Casi parece que la mente humana funciona como una lupa gigante: si
uno la apunta a los pensamientos positivos, se ampliarán y la positividad se multiplicará
interminablemente, como hacen los científicos cristianos y discípulos del Rev.
Norman Vincent Peale; pero si uno la enfoca en lo maligno, pronto nos mostrará que
todo lo que más tememos está al acecho con mandíbulas babeantes y tentáculos verdes
justo afuera de la puerta de casa.
Desde
el apogeo de San Pablo y San Agustín que no hay tanta gente que se sienta
obligada a mirar todo con una lupa maligna y aúlle con tanta desesperación
contra el Mal amplificado que ven en este mundo “perdido”. Ni el gobierno ni la
medicina ni el comercio tienen el monopolio de la ansiedad popular. La mayoría
de los católicos de derecha teme a los masones, y la mayoría de los masones siente
una ansiedad preocupante por el Vaticano y sus esbirros. Muchos ciudadanos euroamericanos
se han mudado a las colinas (en Idaho y en otros lugares) debido a la creencia
de que nuestros ciudadanos afroamericanos están decididos a exterminar a la
raza blanca (ya sea en venganza por la esclavitud, o porque alguna otra
conspiración aún más diabólica los ha engañado deliberadamente). Es probable
que un porcentaje mucho mayor de ciudadanos afroamericanos crea que la clase dominante
euroamericana tenga la intención de exterminarlos a ellos, véase El Estudio de la Sífilis de Tuskegee.
Helicópteros
negros revolotean por encima de nuestras zonas rurales, y sólo los
cabezas-de-porro piensan que son de la DEA (Administración
para el Control de las Drogas) y que están buscando las hierbas tabú (así
la multimillonaria industria farmacéutica puede seguir desplumándonos con
medicamentos poco confiables a precios más altos, de acuerdo con la teoría más
popular), mientras que otros tienen recelos más oscuros. Algunos creen que los
helicópteros trabajan mano a mano con un consorcio satánico de mutiladores de
ganado, abusadores de niños, maestros preescolares dementes y punk rockers; y
muchos ciudadanos creen que estas aeronaves siniestras están al servicio de una
supuesta Conspiración de las Naciones Unidas/el Nuevo Orden Mundial, que tiene
la intención de invadirnos cualquier día de estos.
Y,
por supuesto, nadie confía en los anuncios. Ni siquiera las personas que los
escriben...
Tal
vez esa inquietud generalizada sobre los otros miembros de nuestra propia
especie se hizo inevitable después de Auschwitz e Hiroshima. De
hecho, cualquier persona que no comparta un poco de la “misantropía” de Swift,
Bierce, Twain, etc., debe haberse perdido la mayor parte de las noticias desde
1944, o antes. (Tanto Freud como Yeats, un gran psicólogo y un gran poeta, se volvieron
cada vez más desconfiados de los seres humanos después de los horrores de la
Primera Guerra Mundial, que ahora parecen escasos en comparación con
atrocidades más recientes.)
Encontrar a los Culpables
En
este “Diccionario Demoníaco” nos ocuparemos sólo de las teorías que proclaman
que algunas personas o grupos, que el
teórico puede especificar a menudo con nombres y direcciones, merecen ser
señaladas como los culpables por los horrores que nos aquejan a todos – desde el
desequilibrio ecológico a las dificultades económicas, desde la guerra a la
pobreza, desde los carteles de la droga al hecho de que no se pueda conseguir
un plomero los fines de semana. Quienes quieren culparnos a todos por igual no
tienen una teoría conspirativa, sino una teoría del Pecado Original.
En
la Teoría de la Conspiración los subconjuntos malignos de la humanidad casi siempre
aparecerán como fungibles u homogéneos. Cuando una teoría conspirativa postula
que no todos los miembros de una Conspiración son igualmente conscientes del
mal que provocan sus líderes, dicha teoría se convierte en algo más sofisticado
y bastante más realista que la mayoría de las teorías del “chivo expiatorio”.
Por ejemplo, en el Canto 52, Ezra Pound escribe:
El pecado dibuja venganza, los yitts pobres pagan por los
----------
pagan por unos pocos judíos grandes
la venganza de los goyim[2]
(El
---------- representa a los “Rothschild”, un nombre eliminado por el editor de
Pound por consejo de un abogado. Pound insistió en dejar el ---------- como prueba
de que su texto había sido objeto de expurgación).
Más
allá de lo que uno piense sobre el uso de Pound del lenguaje vernáculo, sus
palabras representan una de las pocas teorías conspirativas no fungibles. Unos
pocos judíos grandes (es decir, ricos) merecen toda la culpa, dice, y los judíos
pobres pagan injustamente por ello. Este tipo de teorías, que contienen una
pizca de racionalidad, no suelen durar mucho tiempo en los círculos
conspirológicos, o incluso en la mente de los cazadores de conspiraciones
individuales. Unos pocos años después de escribir esas líneas, Pound comenzó a
delirar y a despotricar en la radio de Roma sobre “los Judíos” como un grupo
homogéneo responsable de todos los males económicos. Una dinámica similar se
observa en la evolución de casi todos los teóricos de las conspiraciones
(exceptuándome a mí y a mis amigos, y, por supuesto, a los lectores de este
libro).
Los
grupos fungibles temidos por los conspirólogos ardientes no pueden existir en
la realidad, claro, ya que todos los grupos están formados por individuos, y cada
uno de ellos difiere en algunos aspectos de todos los demás. (No hay dos cerebros
totalmente iguales, como no hay dos huellas dactilares idénticas.) Sin embargo,
la mayoría de las teorías conspirativas tienden
a moverse hacia la hipótesis de la fungibilidad del grupo demonizado, y esto
parece el resultado tanto del estilo “paranoico”
(o “el Señor Fiscal de Distrito”) de la mente del cazador de conspiraciones y
de la estructura de nuestro lenguaje, que hace que sea fácil hablar de los
judíos, los católicos, los profesionales del derecho, la profesión médica, los banqueros,
los masones, los políticos, los machos de nuestra especie, etc., como un mal fungible
y uniforme.
Como
señaló Nietzsche, cuando la humanidad se cansó de decir “esta hoja”, “aquella
hoja” y “esa otra hoja”, etc., inventamos la categoría gramatical/mística “la
hoja”, en la cual participan todas las hojas individuales específicas. Sin
embargo, “la hoja” no existe fuera de la gramática
y la filosofía platónica - y por ende nuestro
lenguaje tiende a promover el neoplatonismo al poblar el mundo con
abstracciones gramaticales. Cualquier teoría conspirativa que se mueve hacia la
fungibilidad evoluciona también hacia el idealismo platónico. Esta
“hipnosis lingüística” parece tan generalizada que el conde Alfred Korzybski
inventó la ciencia de la semántica general como un intento de cura para esto[3].
En
otras palabras, ya que podemos decir “los judíos” o “el Nuevo Orden Mundial” o “el
patriarcado”, podemos creer, o casi creer, que estas abstracciones gramaticales
tienen el mismo tipo de realidad que las pelotas de baloncesto, los perros
ladrando, y los frijoles horneados. El individuo, con su pelo, uñas, ideales,
ilusiones y aromas distintivos, desaparece - por así decirlo - y el mundo se
convierte en un lugar embrujado por los sustantivos colectivos.
Los
estadounidenses parecen sentir una pasión particular por las teorías que explican
que todo lo malo es el resultado de las maquinaciones de un grupo malévolo con
menos moral que los de SPECTRE en las novelas de James Bond. Tal vez, en lugar
de dividir a los ciudadanos entre los que creen en las teorías conspirativas y
los que no, tendríamos que dividirnos entre los que culpan a alguna de las
conspiraciones más conocida – la CIA, los Protocolos de los Sabios de Sión,
los francmasones
- y los que han apostado su fe y lealtad a teorías más recónditas, culpando a
grupos secretos y clandestinos de los cuales la mayoría de la gente común nunca
oído hablar, como los Gnomos de Zurich, los Caballeros
de Malta, o los Insiders.
Quienes
niegan toda posibilidad de conspiración deben finalmente resolver, como
Voltaire, que el grado de estupidez humana es aproximadamente igual a lo que contemplan los matemáticos cuando hablan de lo infinito.
Otros, que no pueden creer la estupidez alcance proporciones tan trascendentes,
por fuerza creen en algún tipo de conspiración, o conspiraciones, al menos
parte del tiempo. Mayormente creemos que la estupidez no puede explicar todo lo que anda mal en este planeta...
En
efecto, quienes piensan que las “teorías conspirativas” no contienen nada más
que fantasía paranoica deben recordar que nuestro propio gobierno y todos los
gobiernos avanzados creen en las conspiraciones y tienen leyes contra ellas. Divisiones
especiales de la fuerza pública tienen la tarea de investigar posibles
conspiraciones en diferentes áreas - la SEC busca estafas bancarias, la Brigada
Roja de todo departamento de policía busca ideas subversivas, los fiscales de
distrito buscan libros tan malignos que no están protegidos por la Primera Enmienda
(que ciertos radicales como el difunto juez Brennan creían que estaba destinada
a proteger a todos los libros), incluso la CIA (cuando puede hacerse un tiempo fuera
de su rentable negocio de la cocaína) busca conspiraciones externas, etc. Si
nosotros (o tres de cada cuatro de nosotros) no confiamos en las personas que
nos gobiernan, ellos tampoco confían en nosotros.
Y
ningún otro país carece de algunas leyes contra la conspiración criminal u organismos
encargados de detectarlas y procesarlas. Esto, por ejemplo, explica cómo fue
que el gobierno italiano descubrió en la década de 1980 la conspiración de la P2,
que había colocado a más de 950 de sus agentes en los puestos más altos del Estado.
Del mismo modo, el gobierno de los EE.UU. recientemente ha hallado evidencias
de una conspiración fraudulenta por parte de la industria tabacalera. Estos
hechos nos deben alertar a no desestimar todas
las teorías conspirativas como meros pasatiempos de simplones y chiflados.
Sin
embargo, ninguno de los organismos de investigación encargados de proporcionar evidencia
firme a la corte ha encontrado huellas de ninguna de las conspiraciones realmente
grandes en las que creen la mayoría de los “amantes de las conspiraciones”. Esto,
por supuesto, sólo demuestra una cosa para el verdadero conspirólogo: las
grandes conspiraciones realmente tienen un poder casi universal, porque los
propios organismos de investigación “son parte del encubrimiento”. Según ese
tipo de lógica, los propios dioses luchan en vano.
Pero,
claro, una conspiración verdaderamente poderosa y verdaderamente inteligente
nunca podría ser “expuesta” o incluso sospechada, como dice Mel Gibson en la
famosa película Conspiración.
Por
lo tanto nadie puede refutar completamente ninguna teoría conspirativa
verdaderamente loca porque todas esas teorías contienen un Bucle Extraño en su construcción.
Cualquier evidencia en contra de ellas también funciona como prueba a su favor,
si quieren verlo de esa manera. Consecuentemente, al igual que su prima la
teología, la demonología pop de la teoría conspirativa sobrevive a todas las
críticas. La gente no cree en los modelos
teológicos o demonológicos del mundo por razones lógicas o científicas, sino por
razones “artísticas” o al menos emocionales. Estos modelos o narrativas brindan
explicaciones armoniosas, coherentes y crudamente sencillas sobre
acontecimientos que de otra manera parecen caóticos y más allá de la
comprensión humana. Es por eso que yo mismo creo en muchos de ellos.
Crepúsculo de los Cultos
Las
teorías conspirativas brotan en lugares y épocas de ansiedad e incertidumbre;
pero florecen plenamente en los momentos en que también el gobierno teme a las conspiraciones,
es decir, no confía en la gente. Aquí entramos en una zona verdaderamente turbia,
donde muchas personas actualmente están siendo vigiladas precisamente porque una
vez pensaron y dijeron que el gobierno podría estar espiándolos. “Si el gobierno
no confía en el pueblo, ¿por qué no lo disuelve y elige a un pueblo nuevo?” preguntó
una vez el dramaturgo Bert Brecht. Un gobierno que teme a su pueblo no puede
“disolverlo” tan fácilmente, o reemplazarlo con un pueblo cautivo importado de
otra parte, por lo que simplemente espía a la gente y sondea en su intimidad
más que de costumbre.
“Las
supersticiones, como los murciélagos, vuelan más en el crepúsculo”, escribió Sir
Francis Bacon. Del mismo modo, después de estudiar el tema durante casi 30 años,
creo que he descubierto que las teorías conspirativas extravagantes y el folclore
moderno en general prosperan mejor en un ambiente de incertidumbre y ansiedad.
Cuando la gente no sabe qué va a pasar a continuación, cualquier cuento loco
viajará muy rápidamente a través de la población; parece que los seres humanos
necesitan algún relato, aunque sea un disparate, en lugar de no tener una
explicación sobre su situación. Y la esencia de cualquier buena historia es,
como en la teoría conspirativa, la trama.
Si
el pueblo no confía en el gobierno, el gobierno no confía en el pueblo. Si el
gobierno no confía en el pueblo, el pueblo no confía en el gobierno. Esta
calesita es casi una máquina de movimiento perpetuo.
En
un país donde ni siquiera nuestra orina es privada, donde la Elite del Poder
envía a sus espías para requisar hasta tus entrañas - la vejiga, nada menos - ¿Quién
puede sentirse libre o seguro?
Por
lo tanto, las personas se vuelven cada vez más hostiles y “paranoicas” con
respecto al gobierno, y el gobierno, teniendo en cuenta esto, se pone cada vez
más nervioso por las “milicias”, “cultos”, “hippies”, “extremistas” o alguna
otra minoría anti-gubernamental que pudiera existir en cualquier lugar y pudiera estar tramando cualquier cosa en secreto. Entonces contrata a más espías, instala
más escuchas y espía a las personas con mayor vigor. Este Bucle Extraño
rápidamente se convierte en un Círculo Vicioso, ya que la paranoia del gobierno
hacia el pueblo y la paranoia del pueblo hacia el gobierno se refuerzan entre
sí.
Este
ciclo continúa hasta que el sistema colapsa, hasta que la financiación se
agota, o hasta que, debido a la intervención divina, vuelve a aparecer la
cordura. En el interludio florecen teorías conspirativas interminables y laberínticas,
tanto en el gobierno como entre los gobernados, mientras cada uno siente cada
vez más más miedo del otro.
La
Guerra Fría nos ha dejado tal legado de espionaje, recelo, y paranoia que las funciones
racionales ya no sirven (si es que alguna vez lo hicieron). Esto continúa
incluso después del fin de la guerra fría porque la política, como dice la
mecánica newtoniana, tiene una Ley de
Inercia mediante la cual una cruzada política en movimiento tiende a seguir
moviéndose en la misma dirección hasta que alguna fuerza externa la interrumpe.
Ninguna fuerza externa ha frenado todavía nuestra tendencia general hacia un
mundo kafkiano–orwelliano donde las peores fantasías parecen cada vez más
plausible para más y más gente.
Otro
factor que tiende multiplicar las teorías conspirativas más allá de lo
necesario radica en el hecho de que todos los organismos de inteligencia tienen
dos funciones, a saber:
1. La recopilación de información precisa.
2. La siembra y la difusión de información inexacta.
Una
agencia de inteligencia, en otras palabras, tiene que saber “qué carajos está
pasando en realidad” por la misma razón que un banco o una tienda de
comestibles o usted y yo necesitamos ese tipo información factual. De ahí el enorme
presupuesto gastado en el punto 1 anterior.
Las
agencias de inteligencia, sin embargo, también tienen que mantenerse por
delante de sus competidores, los organismos de inteligencia rivales de los gobiernos
foráneos y por ende, pérfidos. Entonces realizan esfuerzos frenéticos para
difundir información falsa, “desinformación” (un eufemismo para lo primero),
“historias para despistar”, “encubrimientos”, etc. Con el fin de engañar a
quien funcione como “el enemigo” en ese momento, estas fantasías deben tener
varios datos reales mezclados en ellas, y una verosimilitud general suficiente
para engañar a muchos otros que aún no han sido definidos como “enemigos”.
Siempre deben engañar a las personas de inteligencia y educación media o simplemente no funcionan. La
mejor desinformación también debe engañar a las personas con inteligencia y conocimientos
técnicos superiores a los del promedio, al menos por un tiempo.
Resumiendo,
las funciones de trabajo de la policía secreta moderna son muy parecidas al
póker. Todos los jugadores tratan de enviar señales falsas al menos parte del
tiempo, y todos los jugadores tratan de detectar “la verdad” detrás de las
señales falsas enviadas por los otros[4].
En un mundo donde las naciones se relacionan entre sí de esta manera, los modelos
conspirativos florecen como las bacterias en el sistema de alcantarillas. Como supuestamente
dijo Henry
Kissinger: “si alguien está en Washington y no es paranoico, debe estar
loco”. De hecho, cualquier ciudadano de un mundo manejado de esa manera que no tenga
algunas sospechas “paranoicas”, debe haber sufrido daños cerebrales en la
infancia.
Cuando
el gobierno se dedica al espionaje (bien publicitado) de los ciudadanos, esta
paranoia aumenta rápidamente. Donde quiera que exista una agencia de policía secreta
de cualquier tipo, en cualquier nación, las personas pronto aprenden a
sospechar de quienes sospechan de ellas. Concretamente, muchos estadounidenses
temen que algún sector del gobierno o incluso que alguna organización no admitida
oficialmente por el gobierno, pueda funcionar como una tapadera de la CIA, el
FBI, la BATF, la NSA o grupos aún más esotéricos y manipuladores.
Entonces,
cuanto más omnipresente es el “control” del gobierno, más desconfiado e incómodo
se pone el pueblo. Y cuantas más personas indican una falta de fe en dicho
gobierno, más necesitará espiarlas dicho gobierno para sentirse absolutamente
seguro de que no se han alienado demasiado como para no ver una rebelión en ciernes o prevenir
más atentados con bombas caseras de la variedad de la de Oklahoma City. El
gobierno por lo tanto, aumentará su espionaje y la gente se volverá más “cuidadosa”.
Como una especie de encuesta en crudo, le he preguntado al público en centenares
de conferencias y seminarios, si alguno de ellos siempre le cuenta de buen
grado toda la verdad sobre cualquier cosa
a un funcionario del gobierno. Nunca nadie ha levantado la mano afirmando tal
grado de fe y docilidad.
Ningún
hombre o mujer en los Estados Unidos hoy en día quiere que los federales sepan
demasiado acerca de lo que él o ella están haciendo. Puesto que el Gobierno
hace mucho ya pasó del punto de “todo lo que no está prohibido es obligatorio” y
ahora también desea lograr que “todo lo que no sea obligatorio está prohibido”,
sospechamos al menos que todos somos técnicamente delincuentes, aunque como el
héroe de Kafka nunca estamos realmente seguros de qué ley o estatuto hemos
infringido.
Llegamos
así a una situación que en el ejército es llamada SNEBJ Óptimo. A los de arriba
nunca se les dice que los informantes son castigados y los de abajo mantienen
su boca cerrada acerca de más y más cosas que ven, oyen, huelen, gustan, o
perciben de alguna otra manera a su alrededor. A largo plazo, la gente en el
tope de la pirámide trata de regular cosas sobre las que no saben nada, basados
en los informes que han sido inventados por mentirosos y aduladores para evitar
el uso de sus terribles poderes de manera demasiado destructiva.
Pero
si la mayoría de la gente siempre se miente un poco al tratar con el Estado, el
Estado debe tener una idea muy extraña e inexacta de lo que es el pueblo y de lo
que realmente piensa y quiere. Por lo tanto, las leyes serán dictadas para dirigir
a una ciudadanía ficticia, no al pueblo que realmente somos. Por esto las leyes
tienen cada vez menos sentido para la gente que tiene que soportarlas, y la
hostilidad hacia el gobierno aumenta.
Todos
estos ciclos constituyen un conjunto de Bucles Extraños y Círculos Viciosos de los
que aparentemente en la actualidad no hay salida. A menos que, como se sugirió antes,
el presupuesto se agote o que ocurra una intervención divina, las teorías
conspirativas florecerán tanto entre la ciudadanía cada vez más ansiosa como
entre los políticos y los burócratas que tratan de gobernarlos. Y todo individuo
que trata o pretende decir la verdad en esta situación esquizoide
inmediatamente cae bajo la sospecha de ser otro posible embustero y manipulador
cuyo relato tiene que ser considerado de manera tan crítica como cualquier
postmodernista vería a la Declaración de la Independencia o la Segunda Ley de
la Termodinámica.
Todos
somos deconstruccionistas ahora, hayamos oído esa palabra antes o no.
La Era de la Incertidumbre
En
caso de que alguien piense que la imagen de arriba es exagerada o simplemente satírica,
vamos a señalar que dos encuestas recientes muestran que la confianza pública
en los medios de comunicación, que supuestamente nos “informan”, ha caído a lo
que debe ser un mínimo histórico. Una encuesta de Wall Street Journal/NBC reveló que sólo el 21 por ciento de los
encuestados califica a los medios de comunicación como “muy” o “bastante”
honestos. Esto significa que casi el 80 por ciento de la población ya no confía
tanto en los medios (TV, radio, prensa) como solíamos hacerlo. Del mismo modo,
una encuesta de Gallup mostró que sólo el 29 por ciento de los lectores expresa
una “gran” confianza específicamente en los periódicos. Casi siete de cada diez
personas, entonces, han desarrollado dudas y sospechas sobre el medio al que alguna
vez recurríamos pera encontrar la verdad más allá de los bytes de sonido
incoherentes de la radio y las “noticias” de la TV[5].
Pero
como la mayoría de las personas necesita algún relato o un modelo para explicar
el mundo, si no confían en los medios de comunicación, ¿en quién pueden
confiar? En nadie. Entonces ¿cómo pueden tomar decisiones? En reacción, se asume
de manera cada vez más patente que la realidad es precisamente lo contrario a todo
lo que dice la Voz de la Autoridad.
Personalmente,
veo todo esto desde un punto de vista único. Las circunstancias se han
combinado para ponerme en una posición bastante singular en el espectro de la
literatura conspirativa. Entre 1969/1971 , escribí ¡Illuminatus! junto al fallecido Robert Shea. Este libro parodiaba las
teorías conspirativas populares de los años 60, pero de una manera
deliberadamente descentrada: la perspectiva era “Post-Joyce”, en la que el
lector no era obligado a creer lo relatado por el Narrador Omnisciente de las ficciones
tradicionales, sino que se le dejaba decidir por sí mismo/a con cuánta seriedad
podía tomar los modelos del mundo (o “relatos”) ofrecidos por los diferentes narradores
a veces salvajemente contradictorios y a veces directamente locos. (La teoría
del Principio de Incertidumbre de Joyce es mucho más recóndita y laberíntica de
lo que se explica en esta breve nota, pero en general, cuando utilizo ese
término me refiero a la clase de libros, al igual que Ulises, que no se presenta como un rompecabezas resuelto, sino como
un rompecabezas sobre el que hay que trabajar).
¡Illuminatus! ha permanecido en catálogo 23
años después de su primera aparición en 1975. Ha sido traducido a varios
idiomas y representado como una obra de teatro en Liverpool, Londres, Amsterdam,
en la Universidad Cambridge, en Frankfurt, Seattle, y Washington. Como
resultado de ello, nunca dejé de
recibir cartas o recortes de prensa de personas que tienen toda variedad de
opiniones extrañas sobre mí. Algunos piensan que yo creo que todas las
conspiraciones que figuran en ese libro salvaje y loco realmente existen y quiero
mantenerme informado sobre las últimas intrigas. Algunos piensan que no creo en
ninguna de ellas y que solamente escribo sátiras sobre personas no convencionales
(y que por lo tanto soy un astuto defensor del Establishment), y me quieren poner en mi lugar.
Muchos
creen que estoy comprometido en confundir deliberadamente (o, como dicen los portavoces
de la Generación X, “atornillarles las cabezas”) a los teóricos conspirativos
más serios, o más solemnes; varios han llevado esto hasta el punto de
identificar (para su propia satisfacción) la conspiración para la cual realmente
trabajo. Muchos piensan que es la CIA, pero Lyndon LaRouche cree que trabajo
para los Illuminati originales. La fallecida Mae Brussel, de manera más
original, afirmó que yo trabajaba para los Rockefeller. Yo confesé en broma que
esto último era cierto, y agregué que David Rockefeller personalmente venía una
vez al mes para entregarme el vil metal en barras de oro, que sigo apilando en
el sótano de casa. Pensé que esto sólo podría mejorar mi rango crediticio pero,
evidentemente, solamente Mae se lo creyó.
Verán,
yo nunca he negado ninguno de estos cargos, ya que la plena negación no
convence a nadie con una mente verdaderamente desconfiada. Son libres de creer
lo que sea. Citando a The X Files, la
Biblia de Los Que Dudan, No confíen en
nadie. Tal vez si soy un Illuminatus judeo-masónico-fumón-homosexual-satanista
del Planeta X, después de todo.
Investigando
para el presente libro he renovado mi fe en el poder de lo que William Blake
llamó imaginación poética. (los psiquiatras a veces lo llaman fuga de la
realidad.) Realicé muchas investigaciones similares al coescribir ¡Illuminatus!, y me pareció que la mayor
parte de este libro consistiría en volver a visitar un terreno familiar. Para
mi asombro y deleite, mi colaboradora/socia en la investigación, Miriam Joan
Hill, encontró más teorías conspirativas de lo que jamás soñé que fuera posible.
Si no parábamos y entregábamos este manuscrito al editor, al parecer podríamos
haber seguido durante años y producir una obra con tantos volúmenes como la Enciclopedia Británica. Uno simplemente no
puede inventar una teoría conspirativa tan ridícula y tan obviamente satírica
que nadie la crea: siempre habrá alguien en algún lugar que ya creía en ella. Para
aquellos que se quejan de que su conspiración favorita no está aquí, sólo puedo
declarar que el espacio y el tiempo no son infinitos, sobre todo a mi edad.
Pero adelante, quéjense de todos modos. Tal vez consiga un contrato para
escribir una secuela.
“¡Oh,
tiempo, dinero, arte y paciencia!”, como escribió Melville .
Una
última palabra: Me he dado cuenta de que nadie puede sumergirse profundamente en
estas aguas infestadas sin tener por lo menos de vez en cuando algunos destellos
de verdadera paranoia – y no me refiero sólo a la idea de que algunas de las teorías más plausibles
aquí presentadas pueda ser cierta, sino
a preocuparse incluso por las más tontas de ellas. Por ejemplo, Mike Reynolds,
un escritor que conocí en la década de 1970, después de haber sido contratado
para hacer un artículo sobre las “mutilaciones de ganado” para una revista para
hombres, sufrió un saqueo en su casa justo antes de enviar su borrador final. Vino
a verme para hablar de sus temores, y les puedo asegurar que él era una persona
muy cuerda y escéptica. No obstante, se sufrido de un ataque de ansiedad por la
incertidumbre que sólo puedo llamar Síndrome de la Coincidencia Conspirativa:
cuando uno investiga bastante sobre este tipo de material, cualquier contratiempo
que le sucede - no sólo un robo, que perturbaría a cualquiera porque nos
recuerda de nuestra vulnerabilidad, sino incluso las cosas “pequeñas”: ruidos
telefónicos extraños, cartas dañadas (¿fueron abiertas?), u hombres
de negro que merodean en la esquina pueden hacer que te preguntes:
¿Todo esto será realmente cierto, después
de todo? ¿Me están probando o preparan un ataque preventivo? ¿Qué es ese sonido
en el patio trasero?
No
dejen que eso los moleste. Nos pasa a todos. Además, si dejan que eso los moleste,
se volverán tan paranoicos como la mayor parte de los investigadores de
conspiraciones de tiempo completo que he conocido.
Pero,
claro, si yo soy un agente de la CIA o de los Rockefeller o alguien así,
trataría de evitar que se alarmen demasiado por todo esto, ¿no cierto?
Que
no seas paranoico no significa que no estén conspirando en tu contra.
¿Ya
lo había citado?
Bueno,
vale la pena recordarlo…
[1]
Encuesta
publicada por la revista George
(noviembre de 1996), citada en Fortean
Times, febrero 1997, p. 21.
[3]
Los
estudiantes de la escuela de semántica de Korzybski aprenden a decir hoja1,
hoja2, etc., judío1, judío2, etc., en lugar de
“la hoja” o “los judíos”. La mayoría de las teorías conspirativas no podrían
sobrevivir a esta reforma. Imaginen una edición de MS. Magazine en la que no aparezca “los hombres”, sino sólo hombre1,
hombre2, etc.
[4]
Un
análisis detallado de este Bucle Extraño aparece en Teoría de los Juegos y el Comportamiento Económico, de John von
Neumann y Oskar Morgenstern, Princeton University Press, 1948.
[5] Ambos estudios son citados en Christian
Science Monitor, 16 abril de 1997.
No hay comentarios:
Publicar un comentario