LA BELLE DAME
SANS MERCI
Por
Robert Anton Wilson (publicado en Email al Universo)
Traducción:
Mazzu
Las
cuatro historias más extrañas y atemorizantes sobre drogas que conozco
involucran a la belladona, una substancia por la cual ahora siento el mismo respeto
sincero que tengo hacia los tigres hambrientos, los terremotos, las
inundaciones, los incendios, el IRS, y el Dr. Hannibal Lecter.
La
primera historia que contaré viene de un amigo que en los 60s fue un hippie
pasado de rosca pero ahora, en 2004, es doctor en psicología. Probó la
belladona en 1965 con la impresión de que provocaba casi los mismos efectos que
el LSD. Cuando inmediatamente comenzó a tener convulsiones por la intoxicación,
sus amigos lo llevaron apresurados al hospital donde el personal de la sala de
urgencias le realizó un lavaje de estómago – probablemente salvándole la vida,
pero demasiado tarde para salvarlo del delirio, debido a que la belladona ya
había ingresado a su torrente sanguíneo.
Cuando
retornó a lo que parecía ser el estado consciente normal, se encontró en una
cama de hospital, rodeado por pacientes en otras camas con diferentes
dolencias. Entonces una hermosa enfermera rubia de tetas enormes entró en la
guardia, acompañada por una banda de jazz al viejo estilo de New Orleans.
Mientras
mi amigo observaba en trance, la enfermera procedió a realizar un striptease clásico, pleno de coqueteos
tentadores, pero la eventual desnudez total fue seguida por más sacudones. La
música parecía ser más ruidosa y guarra que cualquier otra forma de jazz que él
hubiera escuchado, y alcanzó un clímax dionisíaco cuando la enfermera se metió
en la cama de un paciente entusiasmado y procedió a hacerle el amor ruidosa y
repetidamente, y haciendo más posiciones que una docena de estrellas porno.
Mi
amigo no sospechó para nada que aquello pudiera ser una alucinación. Ni tampoco
le pareció que fuera un procedimiento médico innovador. Uno no se hace
preguntas filosóficas u ontológicas durante un viaje de belladona en la manera
en que usualmente lo hace con las sustancias psicodélicas verdaderas. Recién
comenzó a preguntarse si algo de todo aquello habría sido cierto la mañana
siguiente.
...
Y esa es toda la historia. La belladona borra de nuestra memoria gran parte de
lo que uno vio durante el viaje. Él debió tener otras docenas de visiones esa
noche pero todo lo que pudo recordar fue a la enfermera de la Clínica Mitchell
Brothers para los Terminalmente Calientes. Supongo que yo también la habría
recordado.
La
segunda historia, aún más desconcertante, viene de otro veterano de los 60s,
pero he perdido contacto con él y no tengo idea qué habrá sido de su vida. Me
contó que tomó belladona en su cuarto del dormitorio de la universidad a la que
asistía y luego esperó a que aparecieran los fuegos psicodélicos y las
experiencias trascendentales.
Durante
un rato nada sucedió.
Entonces
su amigo Joe entró a la habitación y le preguntó qué estaba haciendo. Él le
contó a Joe sobre la belladona y le dijo que estaba esperando a que surtiera
efecto. Joe le preguntó algo, pero él no le escuchó bien.
Entonces
su amigo Joe entró a la habitación y le preguntó qué estaba haciendo. Él le
contó a Joe sobre la belladona y le dijo que estaba esperando a que surtiera
efecto. Joe le preguntó algo, pero él se distrajo porque había dos Joes en la
habitación. Trató de explicar el asunto de los dos Joes, pero entonces uno de
ellos se esfumó. Intentó decirle a Joe “oye, tú ya estabas aquí antes de entrar”, pero su lengua parecía
incapaz de funcionar y pensó que estaba gruñendo como un cerdo.
Entonces
su amigo Joe entró a la habitación y él sintió el Miedo. Huyó del cuarto y
saltó sobre su motocicleta para escapar a través del campus hasta la carretera
más cercana lo más rápido que diera el motor.
Él
ni siquiera tenía una motocicleta. A menudo me pregunto qué habrá pensado la
gente en el campus o en la carretera cuando lo vieron pasar a la carrera en su
moto fantasma...
Las
brujas medievales agregaban belladona a sus pociones, y algunos académicos
piensan que esa es la razón por la cual creían que podían volar por el cielo en
sus escobas. Las brujas modernas – al menos las que yo he conocido –
prudentemente la han sustituido por el cannabis, que es más amable y gentil.
A
la mañana siguiente mi amigo retornó a la “realidad consensuada” y se encontró
en una acequia a varias millas del campus. No tenía moretones ni heridas – ni
tampoco la moto de alguien más – pero habían desaparecido su zapato y calcetín
del pie derecho. Nunca los encontró, y nunca pudo recordar nada más de aquella
noche.
La
historia más larga involucra mi propia experiencia con la belladona en 1962.
¿Qué puedo decir sobre por qué lo hice? Aún no había escuchado las historias
que acabo de contar, era joven, era un maldito idiota, y el tipo que me la dio
me dijo que era “igual que el peyote”.
Déjenme
aclarar que esto sucedió en una granja perdida en medio del bosque.
Unos
pocos minutos después de haberla ingerido – la bebí como té, en realidad – mi
esposa Arlen desarrolló un severo caso de crecimiento de colmillos y
rápidamente se convirtió en una vampiresa hermosa, sexy, y pelirroja con
malicia en sus ojos. Inmediatamente corrí al fregadero de la cocina, me metí un
dedo en la garganta y me forcé a hacer varias arcadas dolorosas hasta vomitar.
Cuando ya no pude vomitar más, le dije a ella – se veía normal nuevamente por
el momento: hermosa, sexy, y pelirroja pero amigable, no vampírica – “esto es
un mal viaje, pero encontraré el camino de vuelta hacia ti, lo prometo”.
Esas
fueron las últimas palabras cuerdas que dije durante las siguientes 12 horas.
Recuerdo
haber realizado una larga caminata a través de un bosque de mágicas joyas
verdes junto al Leñador de Hojalata de Oz. Después, al día siguiente, se hizo
claro que se trataba de Jeff, un amigo al que Arlen telefoneó para ayudarme en
la emergencia. Él me estaba paseando alrededor de la cabaña, pensando que el
aire fresco me ayudaría.
Recuerdo
unos enanos con uniformes nazis tratando de arrastrarme hacia una caldera
literalmente “caliente como el Infierno”. Nunca había sentido tanto terror en
mi vida.
Espacio
en blanco: pérdida de memoria.
Recuerdo
haber pensado que lo peor ya había pasado y trataba de decirles a Arlen y Jeff
que en realidad algunas partes habían sido bastante buenas. Yo encendía un
cigarrillo tras otro, fumando en cadena. Jeff y Arlen me vieron prender el
encendedor repetidamente pero nunca tuve un cigarrillo en la boca.
Recuerdo
tratar de explicar algo que había descubierto Allá Afuera. Arlen lo anotó. La
nota decía “los críticos literarios deberían ser fusilados por culpa de la
administración de los Kennedy en el Espacio Exterior del ají Núremberg que
explotó”.
No
tan buenas como las últimas palabras de Dutch Schultz, diría, pero un poco
mejores que lo que William James trajo de vuelta de su aventura con el óxido
nitroso: “por encima de todo, hay olor a cebollas fritas”.
Cerca
del amanecer tuve que ir al baño, que estaba afuera. Jeff me acompañó para
asegurarse de que no me esfumara en la Dimensión Rosada o que desapareciera en
medio de las cosas zumbadoras y silbantes del Reino del Batacazo.
Abrí
la puerta del baño y descubrí que Jeff ya estaba allí. Cerré la puerta y le
dije “no puedo entrar. Tú estás allí dentro”.
Me
persuadió razonablemente de que él no estaba adentro sino afuera conmigo, así
que volví a abrir la puerta y, no encontrando a nadie allí, me eché una
saludable cagada.
Me
sentí mucho más cerca de lo “normal” cuando salí, pero entonces vi que King
Kong estaba mirándome por encima de las copas de los árboles. Parecía divertido
y poco amenazador, y cuando volví a mirar se había convertido en otro árbol
más.
Al
día siguiente comencé a retornar lentamente al mundo ordinario, y al atardecer
me sentía lo suficientemente bien como para ir a ver una película, Los Siete Samuráis de Akira Kurosawa.
Disfruté de la primera mitad, especialmente de la técnica innovadora de
alternar el blanco y negro con el color, pero durante la segunda mitad la nariz
de Toshiro Mifune comenzó a crecer como la de Pinocho y supe que estaba
alucinando de nuevo, lo cual me irritó un poco.
No
ocurrieron más flashbacks aproximadamente durante un mes y entonces un día toda
la gente en el supermercado se transformó en iguanas. Eso duró sólo unos
segundos, y ese fue el final del viaje. Nunca volví a probar esta sustancia
nuevamente, y espero que ustedes tampoco lo hagan.
La
última historia se la escuché al escritor William Burroughs, quien una vez
había comprado “morfina” que algún vivillo había cortado con belladona. Él
nunca recordó nada de la experiencia, pero un amigo suyo sí: dijo que en cierto
momento William se acercó a una ventana, la abrió, y sacó una pierna afuera.
“¿Qué
mierda estás haciendo?” le preguntó su amigo.
“Voy
a bajar a buscar cigarrillos” respondió William. El amigo lo agarró y lo
arrastró de vuelta adentro de la habitación, que estaba en un tercer piso.
“Bella
donna”, por cierto, significa mujer bella en italiano. Vaya uno a saber.
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